En 2007 las alarmas saltaron en algunos despachos del gobierno de Chile. Un brote de ISA (anemia infecciosa del salmón) fue detectado en las piscifactorías del archipiélago de Chiloé y comenzó a extenderse rápidamente por el resto de instalaciones de las costas chilenas.
Enseguida se importaron fármacos y vacunas procedentes de países nórdicos, pero, tal vez por la diferente salinidad del agua o por ser variedades de salmón diferentes, no funcionaban. No había manera de detener la infección. La industria salmonera, un sector que producía más de 800.000 toneladas anuales de pescado, reportaba 5.000 millones de dólares por año en exportaciones y era la principal fuente de empleo en el sur del país, estaba en seria amenaza.
Por suerte el virus pudo controlarse antes de que la destrucción fuera total y el sector comenzó a recuperarse impulsado por la creciente demanda mundial. Pero la crisis duró dos años, causó la muerte de casi el 80% de los salmones chilenos, dejó 2.000 millones de dólares de pérdidas, un riesgo brutal de desempleo y un miedo al cuerpo que las autoridades no han olvidado. Me cuenta esta historia del ingeniero y economista chileno José Miguel Benavente, que ahora es jefe de la División de Competitividad e Innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington DC y en aquella época era profesor de la Universidad de Chile y vicepresidente del Consejo de Innovación chileno. Y me la muestra para explicarme que cuando ocurrió la crisis acudieron a universidades chilenas en busca de especialistas en biología del salmón y no encontraron ningún departamento especializado. «¿Cómo puede ser? Cómo puede ser que la ciencia chilena estuviera desatendiendo un sector tan importante para el país? «, Se planteó José Miguel de manera retórica.
Meses más tarde intentó averiguar cuántos investigadores chilenos había en el sector vinícola, que reporta anualmente 3.000 millones de dólares en exportaciones, y vio que en todo el país sólo había tres doctores en biología de la vid. «Y si de pronto hay un problema en los suelos, o filoxera, o quien sabe qué? O simplemente se quiere mejorar aspectos de la producción? ¿Por qué no hay más investigadores expertos en este tema? »José Miguel sabe muy bien la respuesta: porque ni salmones ni uva nunca despertaron la curiosidad intelectual de los científicos chilenos y porque el gobierno no dio incentivos ni instrucciones explícitas para que la comunidad científica trabajara en esta dirección.